Carta Episcopal - Da Nobis Domine - Sobre la Crisis de Vocación en la Iglesia

Carta Episcopal
- Da Nobis Domine -
Sobre la Crisis de Vocación en la Iglesia

¡Danos, Señor, Vocaciones Santas, Vocaciones según tú Corazón! Es la súplica que con insistencia elevamos al Señor Jesús, para que conceda a la Santa Iglesia, operarios para su mies, Pastores que guíen al Pueblo por verdaderos caminos de santidad, Pastores que sean capaces de dar la vida por las ovejas, que anuncien autentica y únicamente el Evangelio de Cristo.
 
Si para una profesión del mundo es necesario tener entereza y decisión, tanto más Dios la concede a quien llama a su Santo Servicio que no encuentra más que pruebas, incomprensiones, vituperios y toda clase de vejaciones por el Nombre de Cristo de los incrédulos, de los paganos, y que deplorable es y triste realidad, que de la propia familia, amigos y conocidos, incluso de los mismos fieles y no en pocos consagrados que parecieran mercenarios antes que Pastores y celosos propagadores del Servicio de Cristo y de la Santa Iglesia. ¡¿Cuántos son llamados?! ¿Cuántos son capaces de responder?! ¡Muchos son los llamados, pocos los escogidos! (Mt. 22, 14) y, sin embargo, ínfimo es el número de aquellos que, dispuestos a dejarlo todo, responden a este llamado.
 
Aquel que es llamado, comienza a sentir el deseo del abandono del mundo, y parece, que es cuando más el demonio se abalanza sobre sus ánimos y cuando mayormente comienza a experimentar su propia miseria y fragilidad. Viene el tentador a poner de manifiesto que, por las fuerzas propias, poco podemos hacer, que estamos tan sujetos a flaquezas y pasiones y parece que el desanimo comienza a abrazarnos. Que cuanto más el espíritu desea vencerse, parece que más nos inclinamos para hacer el mal. Y vemos aquí aquello que tanto anuncia San Pablo para sí mismo: “porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero… ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom. 7, 19; 24).
 
Quien decide servir a Dios, va comprendiendo a profundidad, las realidades que ello implica, los esfuerzos y las limitaciones que no solo el mundo le pone enfrente, sino también las propias con las que deberá lidiar y hacer frente, como buen soldado para salvar su vida y con ella, la vida de no pocas almas que Dios ha destinado que se salven por medio suyo. A este constante ver las propias debilidades, se une la hostigación del espíritu del mundo, de sus pasiones y aquella bandera de libertad, que ve en el servicio a Dios, un motivo por el cual se pierde el tiempo y se pretende vivir esclavo silencioso incluso de las propias miserias. El mundo, que es como un enfermo que niega su enfermedad y ve a los sanos como infectados de sus propios males y ve en ellos el reflejo de lo que anhela, pero como el ave en cautiverio, se aferra a sus propias prisiones con las cuales se cree libre y pleno. Y llegan a clamar en su interior: “tú, que no eres como nosotros, eres el enfermo. Tú, que te atas, no eres libre, porque no haces lo que nosotros hacemos”.
 
Parecería contradictorio, y atenta contra la “gran” lógica del mundo egoísta, el someterse libremente a la Voluntad de Dios para encontrar la verdadera libertad. Es más fácil la sumisión al pecado por unas migajas de satisfacción que esta destinada a desaparecer y dejar vacío sobre vacío. Que tanto más vacía el alma, más busca el hombre llenarlo con toda clase de vicios y pasiones. Sujetos al pecado cuando otros han preferido ser siervos libres en manos de la Suprema Justicia que es Cristo.
 
Gran mentira del mundo que ha comprado al demonio es que, el sometimiento a la Voluntad de Dios en la Divina Vocación, consiste en un mal uso de la libertad. Y podemos decir, con toda justicia, que ciertamente es una esclavitud, una que responde y se acepta desde la libertad del ser Hijos de Dios, desapegados de lo material incluso de la propia conciencia egocéntrica que impulsa a salir de sí mismo y de donar todas las fuerzas para fortalecer al prójimo, dejar las palabras vanas, para sembrar la semilla de la Palabra de Vida que Cristo derrama sobre sus elegidos para enseñarla con toda la energía que comunica el Espíritu Santo.
 
Hoy, a la luz de las realidades que entre sombras y luces aparecen delante nuestro y que son innegables sino solamente para los necios y los ciegos, podemos afirmar con toda justicia, que ha crecido con insistencia una gran manipulación del llamado “clericalismo”, que no es, sino solo el pretexto de conveniencia que se usa para no llegar a la verdadera raíz de los problemas de la cada vez más creciente crisis de Vocaciones en la Iglesia. No es sino en dos vértices que no se quieren ver o bien por ignorancia, o bien por un deseo de aparentar que no sucede nada, negando el trasfondo que existe y así, proveer el remedio de la enfermedad. No es sino una deficiencia en la Formación de los futuros Sacerdotes y por parte de estos, una profunda crisis de amor a su vocación y de identidad de lo que significa ser Alter Christus, Otros Cristos, semejantes a Cristo, ser Cristo mismo. No esta llamado el Sacerdote a tener “olor de oveja” haciéndose mundano, sino más bien, esta llamado a ser el aroma fragante del Crisma con el que ungieron sus manos, el aroma de la Santidad de Cristo, el Ungido del Padre.
 
El Sacerdote debe ser cada vez más consciente que, inmerso en el mundo, no pertenece al mundo, conforme a la plegaria del Señor: “No son del mundo, como Yo tampoco soy del mundo” (Jn. 17, 16). El Sacerdote vive crucificado con Cristo, muerto al mundo para vivir solo para Dios. No podemos mundanizar la figura sacerdotal para encontrar en él una persona reducida al papel de un activista rayando en el límite del arlequín que entretiene a las masas. Ni al ecologista ni al político. Los fieles buscan en él, al Pastor que les alimente con la Gracia de Dios, que salve sus almas, no a la caricatura que quiere el mundo del papel Sacerdotal que coquetee al grado de la prostitución, traicionando a Cristo por atraer a las masas. Y ciertamente que mis palabras, queridos Hijos, van a sonar alarmantes para muchos, y, sin embargo, ya se ha llegado a un límite de estar endulzando las palabras para no ofender, cuando el mundo y tristemente incluso dentro de la misma Iglesia, se ha llegado a un hartazgo en la ofensa a Dios y a todo lo que es sublime y sagrado. De ahí se desprende la crisis de Vocación en la Iglesia, no de que Cristo ha dejado de llamar hombres dispuestos a su Servicio, sino de que, los hombres llamados, han manipulado las Palabras de Cristo mismo para adecuarlas a sus propios caprichos, pero que no quieren someter su voluntad y su carne a la Voluntad de Cristo, de hacer del Evangelio una vendimia de barata para que las masas aplaudan, pero que no adecuan sus vidas al Evangelio porque tienen miedo a dejar su comodidad como el joven rico o como el rico epulón que ya viéndose en medio de las llamas comprendió el camino que había tomado en su “libertad”.
 
Mientras no se tome las razones concretas de las crisis de los Seminarios y de las Casas de Formación, y se esmeren los Obispos y los Formadores en tomar el verdadero papel que tienen, no se puede pronosticar sino una decadencia y una constante pérdida de la Fe, salvo en aquellos que la Gracia de Dios sean firmes y no hayan despegado su mirada de la Cruz, con una visión sobrenatural. Cristo, Nuestro Señor, sin duda, habrá de seguir llamando en medio de las tinieblas, a varones dispuestos a disiparlas con la claridad de su testimonio y de una autentica entrega al Evangelio, que serán como lámparas que abran el camino en medio de la oscuridad, lámparas, que el maligno enemigo intentará apagar y que serán su propio rechinar, porque les arrebatará aquello que por un instante poseyó y que el mismo Cristo reclamará y liberará. Que no tema quien desea servir a Cristo, que se mantenga firme, constante y con la cabeza levantada mirando hacia adelante, porque extenderán sus manos y liberarán a los oprimidos por el diablo, sanarán a los enfermos en el alma y en el cuerpo, habrá fuego en sus bocas, que serán como de espada cuando prediquen el Evangelio, de un fuego que encenderá los corazones fríos, calentara a los tibios y hará arder a los devotos. Será de un fuego que el maligno no soportará, porque no será como el de castigo, sino el del Espíritu Santo Consolador que inflamará y renovará a sus elegidos. Dichoso aquel que, sin reservas, se abandona a Cristo y se dona totalmente a su acción, porque será transfigurado y alcanzará la gloria que perdieron los ángeles rebeldes.

Hoy el Señor vuelve a decir a sus elegidos y les graba estas palabras en sus corazones para que no se llenen de una gloria vana que no han encendido por sí mismos: “Cómo el Padre me amó, Yo también los he amado a ustedes… No son ustedes los que me eligieron a Mí, sino Yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero” (Jn. 15, 9 - 17). El hombre, solo responde a ese llamado de la que la Trinidad, ha tomado la iniciativa y que le hace partícipe de su Misterio, lo ilumina y le capacita.
 
El mundo, muchas veces por medio incluso, de las personas más cercanas, va a intentar trabar la intención de dar una respuesta. El mundo, el demonio y la carne, siempre estarán al asecho, y van a intentar mermar los ánimos, así como Cristo el Señor fue tentado en el desierto con cosas muy buenas y deseables, situaciones de éxito profesional, laboral o personal, pero que muchas veces aún en medio del éxito hacen a la persona vacía. Y Dios da a beber de la amargura también en lo bueno, para que el Hombre sea capaz de desprenderse para buscar no solo algo bueno, sino más sublime y duradero con Vida Eterna.
 
Oremos por las Vocaciones a la Vida Sacerdotal y Consagrada, no como quien ruega a Dios buscando no encontrar nada. Que terrible es ver a familias “cristianas” comprometidas en el Apostolado orar por las Vocaciones, y cuando Cristo llama a uno de sus miembros, son los primeros en obstaculizar la llamada de Dios haciendo no la obra que pide Cristo de ellos, sino prestando servicio al diablo que es el primer enemigo de la Obra de Dios. O aquellos que, en una relación incluso sana y llevada en Presencia de Dios, se ven interpelados por la llamada de Dios y se ven egoístas ante el Señor que toca a la puerta. El que este dispuesto a responder al Llamado que Dios le hace, que no tema ni se acobarde, que mayor cáliz beberá por Cristo, como el mismo Cristo los bebió en su Vida terrena por amor de los hombres, que nosotros somos ciertamente ingratos a todo cuanto sufrió por nuestra Salvación, y si nosotros bebemos de su mismo Cáliz, el siempre será fiel en sostenernos.
 
Que el Señor siga proveyendo a su Amada Esposa, la Santa Iglesia de dignos y celosos Pastores que guíen al rebaño hacia la Salvación y al Encuentro definitivo con Cristo Buen Pastor.
 

 
+ Ego, Mauricio
Por la Gracia de Dios y de la Divina Misericordia
Obispo de la Iglesia Católica.
 


Mexicali, B.C., a 19 de octubre de 2022. Primero de Nuestro Episcopado. Memoria Litúrgica de San Pablo de la Cruz, Fundador.
 

 

 

 

 

 

 

 

 


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